Conduje durante lo que me parecieron miles de horas.
Recorrí los interminables kilómetros de distancia entre tu y yo.
Robé al tiempo unos minutos más intentando anticiparme,
llegar antes y que me encontraras por sorpresa.
Me senté en el lugar preciso, en el punto donde siempre te hallaba.
Esperé en soledad a que llegara el momento,
el instante en que siempre, al final, me enontrabas.
Allí sentada, ante el silencio de aquella calle vacía y fría,
decidí que había llegado el momento de la despedida.
Adiós.
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